Rosana hojeó el folleto de manera casual, pero con solo echarle un vistazo era claro que todo lo que habla ahí costaba una fortuna.
Había de todo, desde antigüedades para exhibir hasta joyas y accesorios de lujo.
Rosana levantó la mirada y se encontró con los ojos de Flora y Carmen. Trató de disimular su incomodidad con una sonrisa amable, aunque no pudo evitar que se notara un poco extraña.
-¿Ya viste algo que te guste? -preguntó Carmen, atenta.
-Yo… -Rosana titubeo.
La verdad, no podía decidirse. ¿Acaso la señora Carmen tenía tanto dinero que ni sabía en qué gastarlo?
Flora intervino, con una risa ligera:
-Mamá, no te aceleres. Mejor que Rosana elija con calma después.
-Tienes razón, hija -asintió Carmen-. Total, tenemos todo el tiempo del mundo, así que puede irse decidiendo poco a
poco.
Carmen volvió a mirar a Rosana.
-Por ahora todavía es temprano, ¿te gustaría que te lleve a recorrer la casa? Dionisio vivía aquí de niño, todavía conservo muchas de sus cosas de esa época.
Flora sonrió y asintió con entusiasmo.
-Sí, es cierto. Cuando su mamá biológica lo tuvo, ella quedó muy delicada de salud. Mi abuelita se preocupaba de que Dionisio fuera maltratado por las muchachas del servicio, así que se lo trajo para cuidarlo personalmente aquí, en la casa vieja.
A Rosana le picó la curiosidad por saber más de la infancia de Dionisio.
Se volvió hacia Flora.
-Descansa, ¿sí? Yo me voy con la abuelita a dar una vuelta.
-Perfecto. Yo iré a ver qué están cocinando en la cocina. Seguro ya prepararon algo delicioso -respondió Flora, con una sonrisa de satisfacción.
Carmen tomó la mano de Rosana con dulzura y le lanzó una mirada llena de cariño.
-Qué niña tan atenta y buena eres. Vámonos -dijo, guiándola hacia las escaleras.
Antes de irse, Rosana miró hacia atrás y vio a Flora despidiéndose con la mano, feliz de que todo por fin estuviera saliendo
bien.
Rosana subió las escaleras junto a Carmen, llevando muchas cosas en la cabeza. En el fondo, deseaba que la señora Jurado pronto pudiera dejar atrás tanto sufrimiento.
Mientras subían, Carmen le preguntó:
-Rosita, ¿traes algo en la cabeza? ¿Te preocupa algo?
-Nada, abuelita, vamos -respondió Rosana, tratando de sonar despreocupada.
Cuando llegaron arriba, Carmen la condujo a una habitación. El lugar conservaba una decoración de hace varios años, y en las paredes todavía colgaban diplomas, mientras que el librero mostraba una buena colección de libros.
Era evidente que esos libros pertenecían a la época de estudiante.
Rosana se acercó a curiosear y, para su sorpresa, encontró también varios cómics.
—¿A poco leía cómics? -pregunto, divertida.
-Seguro esos eran de Hilario. Cuando era niño, Hilario adoraba a su hermano, pero Dionisio siempre fue más serio, más reservado. Hilario vivía detrás de él, queriendo imitarlo en todo -explicó Carmen, con un suspiro nostálgico.
Carmen se quedó pensativa unos segundos y luego soltó:
20:01
-Después de aquel accidente de carro, Dionisio se hizo todavía más callado. Siempre me preocupó. Todos estos años ha estado solo, sin ninguna muchacha cerca. La verdad, siempre estuve inquieta por él… hasta que llegaste tú
Rosana sonrió con algo de incomodidad, sintiendo el peso de las expectativas.
Carmen, notando el ambiente, trató de cambiar la conversación:
-Mira nada más qué cosas traigo en la cabeza, yo hablando de ese accidente.
-No pasa nada, abuelita. Ya es cosa del pasado -le aseguró Rosana, quitándole importancia.
Carmen bajó la voz, un poco apenada.
-Antes, cuando no sabía todo lo que había hecho Miranda Montes, veía que Keira y Dionisio salían en chismes y no lo detenía. Pensaba que, a lo mejor, así podría llevar una vida normal… Pero luego entendí que Dionisio simplernente no había encontrado a alguien que le gustara. Por eso parecía tan distante.
Miró a Rosana con esperanza.
-Yo solo quiero que ustedes los dos sean muy felices.
Rosana asintió, sin atreverse a decir más.
De pronto, Carmen cambió de tema:
-Ah, también tengo unas fotos de cuando eran niños, déjame buscarte unas para que veas.
En ese momento, el mayordomo se acercó:
-Señora, ya es hora de que tome su medicamento.
-Rosita, tú quédate viendo con calma, no hay prisa -le dijo Carmen, antes de irse acompañada por el mayordomo.
Rosana, ahora sola, se sentó en la cama de Dionisio y empezó a hojear el grueso álbum de fotos. Vio cómo lucía Dionisio de
niño: serio, con un aire travieso y una mirada que ya desde entonces mostraba carácter.
De repente, la puerta del cuarto se abrió. Dionisio entró, se quitó el saco y lo dejó caer sobre una silla.
Se acercó a Rosana y preguntó con curiosidad:
-¿Qué andas viendo?