Araceli observaba a Sebastián de reojo, tratando de descifrar cada gesto suyo.
Todos los presentes tomaban sus palabras como un chiste, pero Araceli sabía muy bien que, si Sebastián se atrevía a admitir algo, entonces no podía ser una mentira.
Eso, definitivamente, lo había hecho él.
Sin embargo, Araceli no se sorprendió en lo más mínimo.
Con lo lastimado que estaba Sebastián, lo raro hubiera sido que no hiciera nada al respecto.
André lo miró con una expresión dura, la mirada tan cortante como siempre.
-Entonces, ¿lo admites?
Sebastián asintió, sereno, con ese aire de tipo seguro de sí mismo que nunca lo abandonába.
-No tengo nada que ocultar.
André esbozó una sonrisa sarcástica.
-Vaya, señor Sebastián, tan valiente. ¿Te atreves a contar qué otras cosas has hecho a escondidas, aparte de esta?
Sebastián fingió que lo pensaba un momento.
-Déjame ver… -hizo una pausa, como si acabara de recordar algo importante, y miró directamente a Araceli con una sonrisa ligera.
El corazón de Araceli dio un salto. Sintió una punzada de mal presentimiento.
Y, como si el destino se empeñara en fastidiarla, ese presentimiento se hizo realidad de inmediato.
La voz de Sebastián llenó la sala de nuevo.
-En realidad, yo ya conocía desde hace tiempo a la buena amiga del señor Carvalho, la señorita Araceli. Por una de esas vueltas de la vida, terminó siendo mi salvación. Por eso, le he hecho varios favores.
-Yo soborné al doctor y falsifiqué los informes médicos, eso lo hice para ayudarla.
-La última vez, cuando la intentaron secuestrar, ella no pensó en todos los detalles, así que fui yo quien la ayudó a salir del lío; si no, tú la habrías descubierto en un segundo.
-Hace poco, también le ayudé a inflar los votos y las cifras para que no perdiera por mucho y no quedara en ridículo.
-Ah, y me infiltré a propósito cerca de la señorita Ibáñez, solo para ayudar a la señorita Araceli a sac información.
Araceli sintió que el alma se le escapaba del cuerpo.
Hacía días que no veía a André. Cada vez que le proponía verse, él la rechazaba con la excusa de estar hasta el cuello de trabajo.
Por eso, ella había ido personalmente al Grupo Carvalho a buscarlo.
Apenas llegó, vío a Jorge y André saliendo por la puerta, diciendo que iban al hospital a ver a Sabrina y a Hache.
Araceli insistió una y otra vez, pero André no quería llevarla.
Al final, fue Jorge quien intercedió por ella:
-Déjala ir, hombre. De paso aprovecha y que la revisen en el hospital.
Solo así André accedió.
En el fondo, Araceli también quería saber si lo de Julio sí había sido obra de Sebastián.
Nunca imaginó que él no solo admitiría lo de Julio, sino que también soltaría toda la sopa sobre la relación entre ambos.
Este Sebastián debía estar loco; era como un camión a punto de explotar en cualquier momento.
A Araceli casi le daba un ataque.
Sebastián sostuvo la mirada de André y sonrió, tranquilo.
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-Señor Carvalho, ¿qué piensa hacer ahora conmigo y con la señorita?
André contestó con voz seca:
-Puras tonterías, sin sentido alguno.
Por suerte, André no creyó en nada de lo que dijo Sebastián. Araceli sintió cómo se le quitaba un peso de encima.
Al ver que no lograban sacarle nada más a Sebastián, André y los demás no tuvieron más remedio que marcharse
Apenas se fueron, Daniela le sonrió a Sebastián y levantó el pulgar.
-¡Hache, te la rifaste! Así es como se les responde.
-¿A poco no es el colmo que vengan aquí a echar la culpa? Ese André, ¿con qué cara?
-Mejor debería ponerle más ojo a Araceli.
Sabrina y Daniela, de vez en cuando, platicaban sobre cómo Araceli fingía estar enferma, así que no era extraño que Hache supiera esos detalles..
Daniela se giró hacia Sabrina y comentó:
-¿Viste la cara de Araceli hace un rato? Estaba tan nerviosa que casi sale corriendo,
-Lástima que André, ese tipo tan ciego, todavía le cree todo.
-La próxima vez, deberíamos dejar que Hache los ponga en su lugar.
-¿Tú qué opinas, Sabrina?
Sabrina asintió levemente.
-Hache, gracias por defenderme.
Sebastián se quedó sin palabras.