Los ojos de André Carvalho reflejaron una furia contenida mientras avanzaba a grandes zancadas hacia donde estaba Sabrina Ibáñez.
Sabrina, distraída, resbalo de repente y estuvo a punto de caer, pero Gabriel Castillo reaccionó al instante y logró sostenerla antes de que tocara el suelo.
-Gracias -musitó Sabrina, un poco avergonzada.
Justo cuando intentaba incorporarse, una fuerza brusca separó a los dos de golpe.
Sabrina, sin esperarlo, dio dos pasos hacia atrás y, al pisar una piedra lisa, volvió a perder el equilibrio.
-¡Sabrina!-Gabriel, por reflejo, intentó ayudarla de nuevo.
Pero antes de que pudiera acercarse, una mano grande y fuerte tomó la muñeca de Sabrina y la atrajo bruscamente hacia
- si.
-¿Sabrina, Gabriel, qué están haciendo? -tronó André con un tono cortante.
Gabriel sujetó la otra muñeca de Sabrina y encaró a André:
-André, suéltala.
La voz de André era como una ventisca, gélida y dura.
Con los labios apretados, soltó palabra por palabra:
-El que debe soltarla eres tú.
Al ver quién había llegado, el rostro de Sabrina se ensombreció.
-¿Qué te pasa, André? ¡Suéltame ya!
Intentó zafarse, pero la mano de André parecía una tenaza imposible de abrir.
Cuanto más se resistía, más fuerza aplicaba él, hasta que Sabrina sintió cómo el dolor comenzaba a punzarle la muñeca.
Incluso el habitual gesto amable de Gabriel se transformó en una expresión distante.
-André, Sabrina ya se divorció de ti. Con quién esté y lo que haga, no es asunto tuyo.
André respondió con una risa desdeñosa:
-¿Yo no tengo derecho? ¿Y tú sí?
Sin añadir nada más, comenzó a arrastrar a Sabrina lejos de ahí.
Gabriel no cedió y sostuvo la otra mano de Sabrina, bloqueando el paso.
-André, suéltala. Ella no quiere ir contigo.
La presión en la mano de André se intensificó:
-¿No quiere venir conmigo? ¿Acaso quiere irse contigo?
Ninguno de los dos cedió. Sabrina, atrapada entre ambos, sintió cómo el dolor le arrancaba gotas de sudor frío en la frente.
-¡Basta, me duele!
Gabriel, sobresaltado por el tono de Sabrina y al ver su cara pálida, soltó su muñeca sin pensarlo.
Pero André no hizo lo mismo. No solo mantuvo el agarre, sino que lo apretó aún más.
-André, la estás lastimando -sentenció Gabriel, con una mirada que solo mostraba desaprobación-. ¿O vas a romperle la muñeca a Sabrina?
André bajó la mirada hacia Sabrina y notó por fin su expresión descompuesta.
Aflojó un poco la mano, aunque no la soltó del todo. Era como si temiera que, al dejarla ir, Sabrina desapareciera ante sus ojos.
En voz baja, casi suplicante, murmuró:
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Sabrina, tenemos que hablar.
La presión disminuyó y, antes de que Sabrina pudiera responder, André ya la arrastraba lejos de ahí.
Gabriel, viendo la expresión de dolor en el rostro de Sabrina, prefirió no intervenir más. Solo observó, impotente, cómo los dos se alejaban.
André la llevó hasta un rincón apartado y, al asegurarse de que Gabriel no los seguía, por fin soltó a Sabrina.
Apenas la dejó libre, la respuesta no se hizo esperar: una bofetada resonó en el rostro de André.
-¡Paf!–
La cara de André giró por el golpe, pero no mostró ni una pizca de dolor.
-¿Ya te desahogaste? -preguntó, con tono calmado.
La voz de Sabrina, sin rastro de titubeos, fue dura como el hielo:
-Todavía no.
-Entonces, hazlo otra vez.
Sin pensarlo dos veces, Sabrina le cruzó otra cachetada.
André ni siquiera pestañeó.
Miró la palma enrojecida de Sabrina y, con un deje de ironía, la provocó:
-Si no fue suficiente, puedes seguir.
Sabrina le lanzó una mirada mordaz:
-Tienés la cara tan gruesa que ni te duele. El problema es que me vas a dañar la mano.
Frotándose la muñeca dolorida, lo encaró de nuevo:
-Dime, André, ¿es que no te vas a quedar tranquilo hasta romperme la muñeca? ¿O solo vas a sentirte útil si ayudas a Araceli Vargas con algo?