En las manos de Hernán, las acciones que tenía no eran muchas, pero tampoco eran pocas. Los Castaño tenían más, y había más de uno que ni siquiera poseía una sola acción.
Tomemos a gente como Fidel y Julio, por ejemplo. Aunque tuvieran acciones, ¿quién estaría dispuesto a ver cómo las acciones de su familia terminan en manos de un extraño?
¿Acaso existe alguien en este mundo que se queje de tener demasiado dinero?
Fabián se quedó pasmado.
Jamás se había detenido a pensar en todo eso.
Pero, pensándolo bien, hasta él mismo sentía fastidio cuando los hijos ilegítimos de su viejo querían repartir la herencia del Grupo Guerrero. Ni hablar de un extraño; mucho menos lo permitiría.
Sabrina era como una forastera que había llegado a meterse en los asuntos de otros, tocando lo que no debía. Que la miraran con desconfianza era lo más normal del mundo.
André, por su parte, también sentía una antipatía natural hacia los Castaño.
Y ahora, sobre todo, ver cómo en su propio terreno, una y otra vez, intentaban meterse con
De plano parecía que ni siquiera lo tomaban en cuenta.
André miró a Sabrina.
-¿Y tú cómo piensas resolver esto?
Sabrina contestó con calma:
-Ya lo resolví, no tienes que preocuparte.
Pero Sebastián, fiel a su costumbre de echar leña al fuego, soltó:
su esposa…
-Si señor Carvalho de verdad fuera tan considerado, habría arreglado todo y después le contaba a la señorita Ibáñez, ¿no?
Es como esos tipos tacaños que ni ganas tienen de regalarle nada a su novia, pero igual le preguntan si quiere algo, ¿no te parece pura hipocresía?
André le lanzó una mirada de hartazgo a Hache.
Últimamente había estado tan ocupado que ni tiempo le quedaba para ponerle un alto a ese sujeto.
Aunque no quisiera admitirlo, tenía que reconocer que, aunque Sebastián fuera imprudente, no le faltaba razón.
André volvió a mirar a Sabrina.
-Ya sé lo que tengo que hacer.
No le preguntó más sobre lo de Julio, sino que desvió la mirada hacia la herida de Sabrina.
¿Cómo va tu herida?
Sabrina respondió:
-Ya está bien.
No tenía ganas de seguir hablando con André, así que se giró hacia Sebastián.
-Hache, ¿qué te parecen estas prendas? ¿Te gustan?
Sebastián, sin el menor reparo, contestó:
-Sí, están geniales. Me gustan mucho.
Sabrina llamó a la dependienta que estaba cerca.
-Por favor, empáquelos todos.
La dependienta sonrió de oreja a oreja.
-¡Por supuesto! Ahora mismo se los empaco todos.
21:06
Después de encontrarse con André, Sabrina perdió las ganas de seguir paseando.
Hache, ¿quieres comprar algo más?
Sebastián nego con la cabeza.
Con esto tengo para rato, ya no necesito nada más.
La dependienta le entregó todas las bolsas ya listas a Hache. Él las recibió y le sonrió a Sabrina.
Gracias por el gasto, señorita Ibáñez.
Sabrina replico:
-Tú me salvaste, esto es lo menos que podía hacer.
Sin prestar más atención a André ni a los demás, le dijo a Hache:
-Vámonos ya.
-Claro.
Hache, cargando más de diez bolsas, sonrió y saludó a André.
-Señor Carvalho, nos vemos.
A los ojos de André, ese gesto no era otra cosa más que una provocación.
El ceño de André se tensó y quiso avanzar, pero Araceli lo detuvo jalándole la manga.
-André, no seas así. Es raro que nos juntemos todos, ¿vas a dejar plantado al señor Olivares?
Fabián, que apenas había recuperado su libertad, además de André, también había invitado a Jorge.
Aunque Jorge tenía otros pendientes y prometió que se reuniría con ellos en la noche.
Fabián, por su parte, añadió:
-Sí, André, el chico ese tampoco está tan equivocado. Mejor arregla lo de los Castaño, y después ve a buscar a Sabrina. Capaz y hasta la conquistas más fácil.
Pero lo de Fabián no era un acto de buena fe para que André recuperara a Sabrina.
La verdad era que él tenía cuentas pendientes con Fidel, y si André se metía en broncas con Julio, Fidel quedaría justo en la línea de fuego.
Con André de su lado, no tendría que preocuparse por nada y podría ir con todo contra Fidel.
A fin de cuentas, siempre había sido de los que no perdonan ni una.