apitulo 663
Capítulo 663
El rostro apuesto de Alberto se fue aumentando poco a poco en la visión de Raquel. Él la sostenía por la cintura suave y le preguntó en un tono de voz baja: -¿Estás bien?
Ya habían pasado tres largos años. Raquel y Alberto llevaban separados tres años. Al volver a oler de repente ese aroma limpio y fresco de hombre que él tenía, y al caer de nuevo en el cálido abrazo de él, Raquel se sintió algo confundida.
Al instante, Raquel reaccionó. Levantó la mano para apoyarla contra el pecho fuerte de él, intentando empujarlo. -Jefe Alberto, estoy muy bien, gracias.
Alberto no la soltó, al contrario, la abrazó aún más fuerte por la cintura suave. -¿En qué estabas pensando hace un rato?
Raquel respondió: -No pensaba en nada.
-Pequeña mentirosa, claro que estabas pensando en algo, Raquel, estabas pensando en mi. ¿No es así?
¡Raquel, estabas pensando en mí!
Ahora los cuerpos de ambos estaban muy pegados el uno del otro. El cuerpo fuerte del hombre y el delicado y suave cuerpo de la mujer se tocaban, y la atmósfera se volvió cada vez más incierta. Raquel mostró cierta resistencia. -Jefe Alberto, ¡suéltame!
-¿Y si no te suelto?
No tenía intención alguna de soltarla.
Raquel ya empezaba a arrepentirse. No debería haber venido con él a la oficina.
Raquel comenzó a forcejear. Sus ojos claros y puros lo miraban con una furia indescriptible. -Jefe Alberto, por favor respéteme. ¡Si no me suelta, seré grosera con usted!
Al forcejear, se retorcía en sus brazos como una serpiente acuática. Alberto sintió con claridad las curvas suaves y sensuales de su cuerpo. Había estado abstinente durante très años. Su cuerpo reaccionó de inmediato, volviéndose sensible y ardiente.
Alberto curvó sus labios con una sonrisa divertida. -¿Y cómo piensas ser grosera conmigo?
Raquel, algo indignada dijo: -…Jefe Alberto, ¿acaso está aprovechándose de mí en este momento tan crítico? ¡Mi hija ha sido secuestrada y usted me trae ahora a su oficina! ¿Estás actuando con malas
intenciones?
Alberto la sostuvo con un brazo/por la cintura y con la otra mano le sujetó la barbilla pequeña. -Raquel, ¿ sabes lo que en realidad significa aprovecharse de alguien? Si yo en verdad quisiera aprovecharme de ti, no te habría traído a la oficina, sino a mi cama. Y te pondría condiciones, como decirte: acuéstate conmigo una noche, y entonces salvaré a tu hija.
Las pupilas claras y brillantes de Raquel se contrajeron de inmediato. Alzó la mano y le dio una fuerte bofetada.
¡Paf!
Raquel no usó mucha fuerza, pero la bofetada aterrizó con claridad en el rostro apuesto de él, produciendo así un sonido claro y seco.
Los ojos de Alberto se ensombrecieron de inmediato. ¡Raquel, te atreviste a golpearme!
Raquel lo fulminó con la mirada. -¿Acaso no lo merecías?
Alberto exclamó con furia: ¡Tú te lo buscaste!
Alberto inclinó la cabeza y besó los labios rojos y carnosos de Raquel.
La mente de Raquel estalló, incapaz de pensar. ¿Qué estaba haciendo? ¡Él d la estaba besando a la
fuerza!
Sus labios delgados presionaban con fuerza contra los de ella, aplastándolos por completo, y luego los recorrieron con cierta adoración, dibujando con deseo el contorno delicado de su boca. Se comportaba como un lobo hambriento, dispuesto a devorarla por completo.
La besaba con una fuerza dominante y aterradora.
Durante estos tres años, Raquel había estado soltera, sin tener relación alguna con ningún otro hombre. Después de tener a su hija, notó los cambios en su cuerpo: se había vuelto más madura.
Alberto era rico y apuesto, con posición y poder. Sus habilidades para besar eran excelentes. Las dulces. memorias del pasado se encendieron al instante una a una en su mente, y Raquel sintió que sus piernas
se volvían como gelatina.
Con solo un beso, su cuerpo se debilitó por completo, como si se estuviera derritiéndose.
Raquel intentó resistirse. -Jefe Alberto, tú… ¡mm!
Aprovechando el momento en que ella abrió lá boca, la lengua de Alberto se fue deslizando poco a poco, invadiendo con facilidad, y forzando la apertura de sus dientes, arrasando con todo, llevándose su
cordura y su aliento.
Raquel se derrumbó. La mano que antes empujaba contra su pecho se encogió poco a poco y agarró el cuello de su chaqueta.
-Alberto, no… jah!
Su mano se deslizó por debajo del borde de su ropa. Raquel se fue estremeciendo y su cuerpo se encogió. Un gemido bajo y seductor escapó de su garganta sin que pudiera evitarlo.
Alberto sintió un fuerte escalofrío por todo su cuerpo. Raquel era como una amapola: tocarla era
volverse adicto. Aquella sensación de no poder detenerse lo hacía hervir la sangre, llevándolo al borde de perder el control.
Capitulo 664
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Capítulo 664